La construcción del mapa

La construcción del mapa*

Boyhood (Richard Linklater, 2014)

En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal Perfección que el Mapa de una sola Provincia ocupaba toda una Ciudad, y el Mapa del Imperio, toda una Provincia. Con el tiempo, estos Mapas Desmesurados no satisficieron y los Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio, que tenía el Tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos Adictas al Estudio de la Cartografía, las Generaciones Siguientes entendieron que ese dilatado Mapa era Inútil y no sin Impiedad lo entregaron a las Inclemencias del Sol y los Inviernos. En los Desiertos del Oeste perduran despedazadas Ruinas del Mapa, habitadas por Animales y por Mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de las Disciplinas Geográficas.
Del rigor en la ciencia. Jorge Luis Borges.

Un error que persiste a lo largo de la historia del cine es el irremediable propósito de clasificar y de segmentar, lo que para mí es un todo, el “cine ficción” del “cine documental”. El cuento de Borges se refiere a las catastróficas consecuencias de la exactitud en la representación que hacen los mapas sobre el territorio. El raciocinio de Borges puede aplicarse al cine, de tal manera que, el empeño por hacer películas  que hagan una representación fiel de la vida (desde la ficción) es un proceder peligroso que puede ocasionar productos destinados al olvido, como el mapa inútil que describe Borges.

Mencionaba la dualidad tajante entre la ficción y el documental para relacionarlo, de alguna manera, con la imposibilidad que me surge a la hora de clasificar una pieza como Boyhood. Si hablamos de Richard Linklater encontraremos un oasis en su forma de hacer cine, pues es claro que hay algo “documentado” en la vida de Mason, que no es otra cosa, que la experiencia vital y del mundo del propio Linklater, incluso de los actores dando vida a esos personajes. La manera en la que uno mira y traduce esa forma de mirar ya constituye, a mi modo de ver, la característica documental. La frontera impuesta que divide estos dos polos hermanos, en Linklater, no es que se diluya, sino que ni siquiera se insinúa y deja de ser importante. Pasa con Boyhood como con el tríptico Antes del amanecer – Antes del atardecer – Antes del anochecer (1995-2004-2013), que se crea una suerte de «no-historia» que fluye en momentos y en maravillosos diálogos cargados de naturaleza. Y digo naturaleza porque decir que Boyhood es una representación de la realidad, de la infancia, de la adolescencia, y al final, de la vida, es sintetizar una obra así de magna a sus semillas más básicas. Sería como decir que los atisbos de belleza capturados por Jonas Mekas son retazos que encarnan la vida y quedarnos tan anchos después.

El tiempo como medio de transporte es clave en Boyhood, de la misma manera que lo fue para Mekas. Al fin y al cabo todo se construye detrás del cariñoso gesto de reencontrarse cada cierto tiempo y afrontar hasta qué punto hemos cambiado. No puedo referirme a esto sin recordar a Antoine Doinel, personaje ficticio interpretado durante años por Jean-Pierre Léaud ante los ojos de Truffaut.  La reflexión en cuanto al tiempo, en este sentido,  es doble, pues se trabaja dentro de la película como fuera de ella, acrecentando su destacado  valor temático y narrativo. Por ejemplo, a través de las elipsis que se funden en el cuerpo que ha cambiado o en los rostros que ahora lucen más adultos o arrugados. El manejo de la elipsis se vuelve sustancial por coser con las manos más delicadas el derrame de momentos que sugería antes como “no-historia”.

Lo mejor de todo es que Linklater, como siempre, no entiende de sentimentalismos ni de nostalgias, suscitando así, la crueldad ineludible que siente el espectador al notarse en el contraplano o al contemplarse en la pantalla que, nadie sabe cómo, pero de repente se ha vuelto espejo. En algún lugar leí que Patricia Arquette (la madre en Boyhood) lloraba al asistir por primera vez a la versión final de la película al advertir cómo es eso de «envejecer». Se vuelve a cumplir el dictado de Ettore Scola que decía que “el cine es un espejo pintado”, y, la pintura, ya se sabe que con el pasar del tiempo se cuartea y estropea como las arrugas que brotaron lágrimas en el rostro de Arquette.

* Gracias a Sergio, por cederme sus textos de cabecera y por todo lo demás.

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