Diamantes en el cielo

Diamantes en el cielo

Bande de filles (Céline Sciamma, 2014)

Empieza Bande de filles y en la pantalla se juega un partido de fútbol americano, del que se despliega toda una coreografía de golpes y movimientos, al ritmo descompasado de una música de la que ya sólo recuerdo sus vibraciones. Esta corriente sonora aparecerá y desaparecerá a lo largo de la película para marcar con fuerza los fundidos a negro como transición que estructura el relato. Acaba el juego y los personajes se destapan el rostro para descubrirnos a una bandada de chicas adolescentes negras. Ya es raro en el cine francés reciente encontrarse con protagonistas negras, y sobra decir que en Bande de filles no es en vano que toda la acción se desarrolle en los suburbios de París, donde parece que lo realmente insólito es toparse con alguien blanco. En este sentido no quiero si quiera detenerme, del mismo modo en que Sciamma no se frena ante el protagonismo que podrían tener sus personajes, si fuesen exclusivamente entendidos como las minorías de un todo que las desconoce y aparta. Sciamma, en cambio, no permite que se sofoquen en el olvido pero tampoco las señala con el dedo, por lo que la denuncia social acaba por acotarse a un leve roce en el camino hacia la historia que verdaderamente quiere contar.

Bande de filles se ordena en tres actos que van delimitando los diferentes estados de Marianne, diferenciados por la mudanza llamativa en su aspecto físico, notable por las variaciones en la vestimenta. Así, Marianne se muestra cohibida y turbada en el planteamiento; ultrafemenina en el nudo, donde se siente más libre, desenvuelta, bonita y presta a asumir sus apetencias físicas y emocionales; y por último, en el desenlace, se revela en la tentativa de masculinizarse. Con esto, se vuelve al partido de fútbol que mencionaba antes, donde Sciamma ya anunciaba el uniforme como uno de los vehículos constantes en la busca de Marianne.

El tema de la vestimenta no se ciñe a clasificar las diferentes fracciones de Marianne, si no que se insinúa mucho más trascendente, especialmente al culminarse el tercer acto. Existe una ambigüedad entre lo que se acepta como masculino y femenino que imprime todo el relato desde -vuelvo a lo mismo-, la primera secuencia. Así es como Bande de filles está impregnada de una furia, una violencia palpable, ejercida de primeras por el hermano opresor en el nicho familiar; y reflejada más tarde y en diferente manera, en las luchas callejeras de las chicas, o incluso en la actitud de Marianne en su ímpetu por formar parte. El papel que ejerce la mujer es también cuestionado constantemente por Marianne, inducido por su entorno estático y empujado al extremo por ella misma al final de la película.

Tuve cierta dificultad para comprender el porqué del tercer acto, que desarrolla los recientes devenires de Marianne en un espacio diferente, sus nuevas actividades o los motivos de la venda con la que ahora se cubre el pecho. Ahora entiendo que sin esa fase nunca habría existido un último plano tan brillante y conmovedor como el de Marianne colándose en un plano vacío y muerto hasta su intromisión. Ahora me queda claro que, al final, Bande des filles sí actúa como dilatación o simplemente como continuación lógica de la que también fue maravillosa, Tomboy (2011).

Sciamma se recluye, de nuevo, en la persecución de una identidad femenina (o identidad y ya) que se mantiene guardada, reprimida y hasta alerta para no desaprovechar el mínimo atisbo de claridad, así la luz sólo ilumine una habitación de hotel coloreada de azul eléctrico.

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